lunes, 11 de junio de 2018

Capítulo 4 - Trauma: La sombra del pasado, parte 1

Capítulo 4 - Trauma: La sombra del pasado, parte 1 


**Los hechos y o personajes aquí relatados son de ficción, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia** 


Estaba en una especie de trance, caminando lentamente (deseaba escapar lo más lejos posible, corriendo, pero no podía, sentía que las piernas me pesaban, temblaban, apenas conseguía caminar) por las cálidas y casi desiertas calles del barrio, algunos niños jugaban en algunas cuadras, posiblemente todos estarían viendo el súper clásico que aún no llegaba a su fin. Estaba anocheciendo, los mosquitos estaban apareciendo y "picando" a todo ser vivo que no esté resguardado o con algún tipo de protección, yo era presa fácil, mi torso superior, así como mis brazos y piernas estaban descubiertas, por ende estos insectos hacían de mi cuerpo un festín, no tenía reacción, no sentía nada, ninguna molestia, ningún picazón, ningún dolor físico, sin embargo, por dentro, el dolor quebraba mi alma, todo mi ser sufría en silencio, quería gritar, pero tampoco podía, hacía años que no me había sentía así, no desde que Matías me dejó, era imposible no recordarlo, las sensaciones que provocó su partida eran similares a las que sentía en este momento. 
Sentía que hice añicos (destrozar) varios años de amistad y compañerismo, era un completo idiota, ni siquiera podía comprender lo que había pasado, lo que había hecho, eso… ¿por qué? ¿Hay algo mal en mí?, pensé.

Fueron las 7 cuadras más agónicas (aflicción extrema) de mi vida, recordando todos esos años junto a mi amigo Ariel, las circunstancias que llevaron a conocernos, nuestros inicios, nuestros grandes momentos, nuestros juegos, las travesuras, nuestras pasiones, todo lo que habíamos vivido juntos, todo, mientras mis ojos no podían contener las lágrimas de tristeza.

  Matías y yo nos llevábamos con dos años de diferencia, éramos hermanos, inseparables, como uña y mugre, siempre pegados, juntos, nos llevábamos muy bien, solo éramos él y yo, jugábamos todo el tiempo, nos entendíamos tan bien que no hacían falta palabras, un gesto, una mirada y ya sabíamos lo que el otro quería. Yo, al ser el mayor siempre estaba pendiente de él, cuidándolo, viendo que nada le falte. Al despertar cada mañana, lo primero que hacía era mirar hacia la cama contigua, veía en silencio como dormía mi hermanito, me encantaba verlo así, parecía un ángel, y adoraba sus posturas al dormir, era muy estriónico, y tras algunos minutos ya no podía resistir más, entonces rápidamente iba y me tiraba en su cama, arriba suyo, despertándolo por sorpresa, y poco a poco Matías se iba despertando, iniciando nuestros juegos ya desde temprano… A veces, cuando Matías se despertaba de madrugada, él pasaba a mi cama, conmigo, yo al darme cuenta de su presencia lo abrazaba, me fascinaba que se metiera en mi cama a mitad de la noche, era tan cálido, y así seguíamos durmiendo, completando las horas de sueño que faltaban. 

En julio del 2004 (hace 6 años) cuando yo tan solo tenía 12 años, Matías fallece en un trágico accidente, sumiéndome en una profunda crisis con ciclos de internaciones médicas producto del trauma vivido. Casi un año después de este suceso, ya casi no tenía ningún episodio crítico, sin embargo, aún seguía inmerso en una depresión de la cual no podía salir, no podía superar, ni aceptar que mi hermanito ya no se encontraba entre nosotros, me sentía culpable, culpa que me atormentaba día y noche.



La psicóloga, tras varios meses de terapia familiar recomendó mudarnos, cambiar de aires, esto ayudaría y aceleraría mi proceso de aceptación y recuperación de la tragedia, y además, la posterior sanación del trauma. Como opción, esta parecía la mejor, era una decisión difícil, mis padres ya no tenían alternativas, puesto que ninguna de las terapias ni medicamentos mejoraban mi situación, incluso parecía que lo empeoraban, y como efecto secundario apareció la ansiedad, el cual canalizaba comiendo. Al tiempo tenía más de 25 kilogramos por encima de mi peso normal/ideal (41 kg) aumentando semana tras semana.
Soñaba con Matías casi todas las noche, me despertaba gritando y llorando angustiado. Durante el día también veía a mi hermano en todas partes, ya no sabía que era real y que no, me estaba volviendo loco, cada día era más retraído y reservado (introvertido), me aislaba de todos, mi único refugio era Manchas, un perro (cruza/mezcla con raza Beagle) que le había regalado su madrina a Matías en su niñez y él lo nombró Manchas. Dado mi sobrepeso, mi reciente carácter introvertido y mi constante inexpresividad, comencé a sufrir bullying en mi escuela (acoso físico y/o psicológico), la vida me parecía cruel e injusta, ya solo llenaba mis días con comida. 

A raíz de experimentar la muerte en primera persona, desarrollé una obsesión, fobia hacia la muerte o estados relacionados, no podía ver sangre, gente inconsciente, desvanecida o muerta porque me angustiaba de sobre manera, me paralizaba y/o entraba en un estado de paranoia irracional aislándome de todos, evitando cualquier contacto humano.

Finalmente y como consecuencia directa del abrupto fallecimiento de Matías nos mudamos en Abril del 2005 a El Trébol, Santa Fe, Argentina, instalándonos en esa nueva provincia (estado/departamento) sin saber que nos depararía el futuro. Mis padres hacían malabares sorteando las dificultades, sobre todo las primordiales: a) mi estado psicológico, físico y la adaptación a mi nuevo hogar (barrio, escuela, amigos), b) situación económicos (mi padre no tenía trabajo, tenían algunos ahorros más lo que le quedó de la venta de nuestra anterior vivienda y la compra de esta nueva casa, pero sin un trabajo fijo y estable no duraríamos mucho), entre otras.

En ese entonces mi hermana Karina tenía 1 año de edad, por lo que mi madre estaba más abocada (pendiente) a ella y en la mudanza, o así lo vivía yo, lo experimentaba de esa forma. Esto me hacía sentir marginado, no deseado, no querido, culpable por no haber podido cuidar bien de Matías. Mis padres, en especial mi madre había hablado conmigo de todas las maneras posibles, apoyándome, dándome ánimos, cariños, pero todo era en vano, para mí todo era una farsa, como podrían perdonarme luego de haber matado… Ya no me importaba nada, había perdido a mi único amigo, no tenía interés en hacer otros, mientras menos interacción social tuviera mejor, comenzaba a llevar una vida monótona y aburrida. A los días de mudarnos comencé la escuela secundaria.

Ese primer día de escuela, mientras la maestra de turno junto con la directora del establecimiento me presentaban ante los alumnos del salón diciéndoles que me dieran una cálida bienvenida, yo todo el tiempo estuve con la cabeza mirando al piso, y cuando levante la vista no pude evitar fijarme en uno de los chicos del salón, cruzamos miradas, un escalofrío recorrió mi cuerpo, sentía como mi pulso se incrementaba, mi corazón bombeaba intensamente, parecía salirse de mi pecho. Este compañero tenía algo que me hacía recuerdo a mi difunto hermano, el parecido físico no era tanto, era algo más allá de eso, algo trascendental, al mirarlo a los ojos y ver su mirada penetrante y a la vez cálida me recordó a Matías, vi en él su esencia, su luz, el mismo corazón y alma libre y puro. Su nombre era Ariel, 14 años, carismático, alegre, amigable, súper extrovertido, amante del deporte, con una gran y cálida sonrisa y un aura especial, todos querían ser su amigo, irradiaba y contagiaba felicidad a todo el que lo rodeaba. Yo un poco confundido por esta situación me aislé en el fondo del salón evitando cualquier acercamiento o interacción con mis nuevos compañeros, en especial con Ariel, ya que este por alguna razón me intimidaba, hasta me provocaba temor.

Con el correr de los días era inevitable, y a su vez más frecuente el hecho de levantar la cabeza y mirar a Ariel, incluso en muchas oportunidades éste se daba vuelta hacia atrás en el momento indicado para poder verme, cruzando miradas, como si supiera el momento preciso en el cual lo estoy observando, incluso me ha regalado varias veces una sonrisa mientras conectábamos visualmente, pero yo todas las veces bajaba la cabeza ignorándolo. Inconscientemente comencé a prestarle más atención, a su personalidad, como se desenvolvía con los demás, su carisma, por primera vez luego de mucho tiempo quería sociabilizar con alguien, con él, hablarle, sin embargo guardé distancia y callé.

Días más tarde, por cosas del azar o del destino, como si una fuerza tratara de unirnos, me toco hacer grupo de estudio con Ariel. Para dicha tarea era necesario que nos juntáramos después de las horas de clases, por lo que Ariel comenzó a ir a mi casa y con ello poco a poco se fue adentrando en mi vida, mi familia, conociendo un poco más de mí y de mi pasado.
Sentía cierta afinidad hacia Ariel, sin embargo aún no podía abrirme a éste, me resguardaba en mi coraza, interactuando con él lo menos posible, incluso de a momentos me costaba mirarlo, tenerlo cerca, había culpa en mi corazón. Ariel me tenía paciencia, mucha, parecía querer ayudarme (sobre todo luego de adentrarse un poco más en mi historia), hasta que un día, ya no supo más que hacer o como tratarme… 

- ¡No puedo más! (soltó Ariel con un suspiro de resignación) por más que lo intente nunca podré…

Ariel suspira nuevamente cortando su discurso mientras intenta conectar su mirada con la mía, pero es inútil, entonces da un golpe de puño sobre la mesa haciendo saltar levemente los libros y cuadernos, y a su vez me hace vibrar e inmediatamente me contraigo de hombros y bajo la mirada, mientras Ariel levantando la voz dice.

- ¡MÍRAME! (me grita Ariel, luego continua con su tono normal de voz) por favor…

En ese instante Ariel pone su mano sobre la mía, la cual se encontraba sobre la mesa y la aprieta levemente. Yo en vez de verlo a la cara miro nuestras manos.

- Sabes Santi, por alguna razón desde que te vi me caíste bien, había algo especial en vos, algo que ahora se está apagando, quería ser tu amigo pero no me dejas serlo… siento que te quiero, que te conozco de antes y no sé por qué, incluso creo que te soñé antes de conocerte… verte mal, me hace mal…

Enconches suelta mi mano y se levanta de la mesa guardando con sus cosas en la mochila sin muchas ganas y con tristeza mientras me observaba tratando de encontrar una reacción en mí, sin embargo yo seguía inmóvil.

- Me gusta estar contigo, pero me gustaría que estemos bien (decía Ariel mientras guardaba su ultimo cuaderno) pero si no luchas, si no pones un poco de esfuerzo y voluntad nunca podrás superar nada, ya no sé qué hacer, dime como ayudarte (mientras por sus mejillas rodaban unas gotas).

Hubo unos segundos de silencio, éste era tal que se podía oír claramente el movimiento de las manecillas (agujas) del reloj que estaba a unos metros sobre la pared, entonces Ariel prosiguió.

- Adiós Santiago… (Dice Ariel resignado cerrando el cierre de su mochila) ya no volveré.

Me sentía extraño, mi cuerpo comenzó a temblar, como si este estuviera tratando de decirme algo, cerré fuerte los puños y los ojos tratando de contener así los temblores, pero era inútil, estos no dejaban de sucumbir todo mi ser, entonces aflojo los puños y los ojos abriéndolos lentamente mientras levantaba la cabeza viendo primero mis manos, luego la mesa, la mochila y la parte inferior del cuerpo de Ariel subiendo lentamente hasta llegar a su rostro… me levanto del asiento bruscamente mirándolo atónito, no podía entender lo que mis ojos veían, de repente mis ojos expulsaron lagrimas ¿lágrimas de tristeza? o … 


- ¡Matías!... (exclamo desconcertado).


Continuará…
(Capítulo 5 - Amigo: La sombra del pasado, parte 2)

2 comentarios:

Zeta Bilingüe dijo...

Es un preludio bastante triste, para Santí, la perdida de un hermano debe ser muy difícil de superar, sin embargo siempre se equilibra la vida dándole la oportunidad de conocer con Ariel y conectar con él, algo así como una segunda oportunidad para ser feliz; realmente disfrute leyéndolo.
Saludos Sebastián.

Sebastian dijo...

Así es Zeta, siempre que una puerta se cierra una ventana se abre...